La obesidad es, junto a la diabetes mellitus, una de las más graves
epidemias del siglo XXI. Se considera que el aumento de peso de una
población es debido a los efectos acumulativos de pequeños cambios en el
balance energético diario. En este contexto, tanto la dieta como el
ejercicio físico juegan un papel fundamental en la aparición y
desarrollo de obesidad. En un reciente estudio de tres cohortes de más
de 120.000 americanos seguidos durante 20 años se analizaron los efectos
de los cambios en el estilo de vida sobre el peso corporal. Las bebidas
alcohólicas tuvieron un efecto prácticamente neutro, ya que sólo se
consideraron responsables de un aumento medio de 150 g de peso por año
(Mozzaffarian D et al. N Engl J Med. 2011;364:2392-404).
El alcohol es el segundo alimento con mayor densidad energética
después de la grasa (7,1 Kcal/g de alcohol). Estudios metabólicos a
corto plazo indican que el alcohol aumenta el apetito y la ingesta
alimentaria, lo que conlleva a un aumento de la ingesta energética.
Además, el añadir alcohol a la comida disminuye la oxidación de los
lípidos, por lo que puede inducir un acumulo de grasa en el organismo,
pero, por otro lado, el alcohol también provoca un aumento de la
termogénesis, que hace que la energía final aportada sea prácticamente
ineficiente, comparado con otros alimentos. En estudios controlados se
ha observado también que la ingesta moderada de alcohol aumenta la
sensibilidad a la insulina, lo que a su vez también tiene un efecto
sobre el peso corporal.
Los efectos del consumo de bebidas alcohólicas sobre el peso corporal
y la adiposidad se han analizado en numerosos estudios epidemiológicos.
En una revisión sistemática de 29 estudios epidemiológicos
transversales de alcohol y peso, se observó una relación inversa entre
consumo de alcohol e índice de masa corporal en mujeres, mientras que en
el hombre los resultados eran menos consistentes (Hellerstedt WL et
al. Am J Epidemiol. 1990;132:594-611). Se han publicado pocos estudios
prospectivos que hayan analizado la relación entre alcohol y aumento de
peso. Liu S et al. (Am J Epidemiol. 1994;140:912-20) observaron que las
mujeres que bebían moderadamente (hasta 2 bebidas al día) tenían una
menor probabilidad de aumentar peso que las no bebedoras. En otro
estudio en que se incluyeron 7.608 varones británicos se observó una
asociación significativa entre un consumo elevado de alcohol (> 30
g/día) y aumento de peso; en cambio, los bebedores moderados no
presentaron este aumento (Wannamethee SG et al. Am J Clin Nutr.
2003;77:1312-7). En este mismo sentido, Wannamethee SG et al. (Obes Rev.
2004;12:1386-96) analizaron la relación entre consumo de alcohol y
aumento de peso en 49.324 mujeres sanas. El mayor riesgo de aumento de
peso lo presentaron las mujeres jóvenes (<35 años) que bebían más de
30 g de alcohol/día. En otras palabras, la clave está en la dosis de
alcohol consumida. Cuando el consumo es moderado no se producen cambios
en el peso, e incluso éste puede disminuir, pero cuando el consumo es
excesivo, la tendencia es aumentar peso.
Como la adiposidad visceral se correlaciona mejor con el riesgo de
infarto de miocardio que el índice de masa corporal, existe un gran
interés en evaluar los posibles efectos del alcohol sobre las distintas
medidas de adiposidad visceral. En un estudio que incluyó 807 varones
se estudió la relación entre consumo de alcohol, sensibilidad a la
insulina y adiposidad. Se observó que la adiposidad aumentaba a partir
de un consumo de 30 g de alcohol al día y que este aumento estaba más
relacionado con el consumo de licores y destilados, que con el consumo
de cerveza o vino. Todas las evidencias disponibles indican que el
consumo de alcohol induce un aumento de la adiposidad abdominal cuando
éste es excesivo (Risérus U et al. Obesity. 2007;15:1766-73).
Aunque el principal efecto de las bebidas alcohólicas sobre el peso y
adiposidad abdominal depende principalmente de la dosis consumida,
también es importante tratar de diferenciar los efectos de los distintos
tipos de bebidas alcohólicas, principalmente diferenciar entre el
consumo de bebidas fermentadas (cerveza y vino) de los licores y
destilados. Existe la creencia de que el consumo excesivo de cerveza
induce un mayor incremento del perímetro abdominal (“barriga cervecera” o
“beer belly”). No obstante, se dispone de numerosos datos que no apoyan
esta creencia. En otro estudio ligado al Estudio EPIC se observó una
asociación positiva entre consumo de cerveza y perímetro abdominal, pero
cuando la ingesta de cerveza era igual o superior a 1.000 ml/día (unas 5
cañas al día) en los varones y no se halló ninguna relación con las
mujeres (Schütze M et al. Eur J Clin Nutr. 2009;63:1143-9). Por otra
parte, en los estudios epidemiológicos es muy difícil separar los
efectos de un determinado compuesto (p.e. vino o cerveza) de los otros
alimentos de la dieta o de determinados hábitos de vida. En este
sentido, se ha señalado que los bebedores habituales de vino siguen un
patrón dietético más sano (en los países anglosajones) que los bebedores
de cerveza o destilados, hecho que podría explicar parte de los efectos
adicionales del vino frente a otras bebidas observados en algunos
estudios. Merece destacarse el estudio realizado por Johansen D et al.
(BMJ 2006;332:519-522) en el que analizaron 3.500.000 comprobantes de
compra de dos cadenas de supermercados daneses durante 6 meses. Se
comprobó que las personas que compran vino adquieren productos más
saludables que los que compran cerveza en los países anglosajones. Estos
resultados apoyan otros estudios realizados en Estados Unidos,
Dinamarca y Francia, que han observado que los hábitos dietéticos de los
consumidores de vino son diferentes de los de los consumidores de
cerveza, por lo que puede que muchos de los efectos beneficiosos
atribuidos al consumo moderado de vino sobre la mortalidad y morbilidad
cardiovascular sean en realidad debidos a los hábitos de vida más
saludables de sus consumidores. Como la mayoría de estos estudios se han
realizado en países anglosajones, cabe preguntarse si lo ocurre lo
mismo en los países mediterráneos. El Estudio PREDIMED es un ensayo
clínico de intervención nutricional, aleatorizado, multicéntrico, y
controlado que pretende evaluar la eficacia de una intervención con
dieta mediterránea en la prevención de la enfermedad cardiovascular
realizado en España (http://www.predimed.org) (Estruch R. Ann Intern
Med. 2006;145:1-11). El número total de participantes es de 7.447, a los
que se les ha seguido una media entre 5 y 6 años. Cuando se compararon
los no bebedores con los bebedores habituales de cerveza se observó que
los consumidores habituales tenían un índice de masa corporal y un
índice cintura-altura significativamente menores que los abstemios.
Además, se observó que, al contrario de los resultados obtenidos en
estudios del mundo anglosajón, los bebedores moderados de cerveza
incluidos en nuestro estudio referían hábitos de vida más saludables,
como seguir un patrón de alimentación más próximo a la dieta
mediterránea tradicional y realizar más ejercicio que los no bebedores.
Así, pues, el consumo moderado de cerveza no parece causar aumento de
peso, ni tampoco inducir un aumento de los parámetros de medida de la
adiposidad visceral, siempre que este consumo se acompañe de un estilo
de vida saludable con una mayor adherencia a una dieta mediterránea
tradicional y la práctica regular de ejercicio físico.
Y no lo digo yo si no un experto, está claro sino el Dr. Ramón Estruch, consultor Senior del Servicio de Medicina del Hospital Clínico de Barcelona.
Un saludo y gracias por vuestro tiempo.
La cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices.