Hablar de Bélgica es sinónimo de chocolate y gofres pero poca gente
sabe que el plato nacional son las patatas fritas y los mejillones.
-Venga ya ¿Los mejillones? Si, tal como lo oyes. Como si estuviéramos en Costa da morte-
Más común aún es ir de viaje a tierras belgas y visitar Bruselas,
Gante y Brujas. Punto. Fin de las vacaciones. Con la cantidad de
maravillas que hay y la mayoría de los turistas no sale de ahí.. Por
suerte no vamos a hablar ni de una cosa ni la otra. ¡Hoy toca cervezas!
Con más de 500 tipos, es el país donde más variedad hay del mundo.
Puedes elegir de todos los grados, colores y sabores que os podáis
imaginar, y eso que estamos hablando de un territorio con una superficie
casi igual que Galicia. Increíble ¿verdad?
Nombrar todas sería largo y aburrido, sobre todo pudiendo ir al
mítico Delirium con una carta de más de dos mil cervezas para elegir.
Nuestra proposición de hoy es un tour por aquellas que son únicas y
especiales, las trapenses.
Para todo aquel que desconozca su historia, lo primero que tenemos que decir es que los monjes se lo curran mucho. Su fabricación sigue la receta original y se remonta a siglos de tradición. Incluso su denominación “trapense” se ha intentado proteger desde antes de la II Guerra Mundial debido al intrusismo de empresas del sector.
¿El motivo? Porque grandes multinacionales han
intentado vender sus productos como si fueran elaborados allí cuando no
lo han hecho. La respuesta de los verdaderos artífices, apoyados por el Tribunal de Comercio de Bruselas, fue crear un sello que garantiza su origen y certifica la calidad de haberse realizado en terreno sacro.
Todas son diferentes entre ellas pero tienen que cumplir tres requisitos básicos. Debe ser preparada por los monjes, dentro de los muros del monasterio y con una finalidad económica sin ánimo de lucro,
es decir, destinado a obras sociales o a preservar la orden. El resto
de su proceso está rodeado de un halo de misticismo y secretismo.
Son tan especiales que solo hay 11 en el planeta. Dos en Holanda (Trappe y Zundert), una en Francia (Mont des Cats), una en EE.UU. (Spencer), la austriaca Engelszell
y las 6 belgas (Westvleteren, Westmalle, Chimay, Orval, Rochefort y
Achel) por donde haremos nuestro recorrido circular particular así que
¡encended el motor de vuestro coche que arrancamos!
Rochefort
Su lema “Caigo, me levanto” es perfecto. Ha
sobrevivido a epidemias de peste, dos guerras mundiales, una revolución
francesa y un incendio que casi arrasa con todo. Es un monasterio de
clausura y sigue las reglas del cister con un horario que empieza cuando
otros se están tomando una de sus cervezas, las tres y media de la
mañana. ¡Salud!
Chimay
Los monjes trabajan cinco horas al día y el resto lo dedican a la
búsqueda de Dios y la oración. Fabrican sus tres tipos de cerveza (azul,
roja y blanca) con agua pura de los pozos que tienen en el recinto y
gestionan un restaurante y un hotel donde puedes hospedarte para
terminar de enamorarte de su mágico brebaje
.
Orval
Su secreto está en las levaduras salvajes y el agua que alimenta la
fábrica y el monasterio. El nombre y logo vienen de la leyenda de la
condesa Mathilde de Toscana, cuando perdió el anillo de
su difunto marido a orillas de una fuente en el Valle de Oro y una
trucha lo recuperó. (Valle de Oro – Val d´or – Orval)
Achel
Ha sido abandonada y ocupada hasta en tres ocasiones. La primera de
1656 hasta 1789 cuando estalla la Revolución Francesa. La segunda desde
1846 hasta la primera Guerra Mundial (los alemanes fundieron la
maquinaria para cañones) y la tercera en 1998. ¡Esperemos que no haya
una cuarta!
Westmalle
Viajaban a Amsterdam para irse a Canadá y acabaron quedándose en
Westmalle fundando el monasterio. “Cocinan” la cerveza en las mismas
cubas de cobre desde 1836 y empezaron a comercializarla para financiar
su orden en África vendiéndola a la gente del pueblo. También son
famosos por la producción de queso.
Westvleteren
Quizás una de las más difíciles de conseguir. Solo vende a las
puertas del monasterio y en función de las existencias que tenga. Es muy
habitual ver largas colas a pesar de su “elevado precio” pero merece la
pena ya que ha sido nombrada la mejor cerveza del mundo
en varias ocasiones. Solo una vez se salieron de la norma y produjeron
más cantidad para sufragar los gastos de la reconstrucción de la abadía.
La edición especial de 93.000 packs se agotó en dos días.